viernes, 30 de noviembre de 2007

El tren a ninguna parte.





Sube conmigo al tren,
haremos un trayecto imaginario,
primero acompañados por poetas
después, si aún el cansancio no nos vence,
recrearemos un viaje inacabado,
con un tren a ninguna parte,
que se detiene para siempre
en una estación abandonada.




Yo, para todo viaje
siempre sobre la madera
de mi vagón de tercera,
voy ligero de equipaje.
Si es de noche, porque no
acostumbro a dormir yo,
y de día, por mirar
los arbolitos pasar,
yo nunca duermo en el tren,
y, sin embargo, voy bien.
¡Este placer de alejarse!
Londres, Madrid, Ponferrada,
tan lindos... para marcharse.
Lo molesto es la llegada.
Luego, el tren, al caminar,
siempre nos hace soñar;
y casi, casi olvidamos
el jamelgo que montamos.
¡Oh, el pollino
que sabe bien el camino!
¿Dónde estamos?
¿Dónde todos nos bajamos?
¡Frente a mí va una monjita
tan bonita!
Tiene esa expresión serena
que a la pena
da una esperanza infinita.
Y yo pienso: Tú eres buena;
porque diste tus amores
a Jesús; porque no quieres
ser madre de pecadores.
Mas tú eres
maternal,
bendita entre las mujeres,
madrecita virginal.
Algo en tu rostro es divino
bajo tus cofias de lino.
Tus mejillas
esas rosas amarillas
fueron rosadas, y, luego,
ardió en tus entrañas fuego;
y hoy, esposa de la Cruz,
ya eres luz, y sólo luz...
¡Todas las mujeres bellas
fueran, como tú, doncellas
en un convento a encerrarse!...
¡Y la niña que yo quiero,
ay, preferirá casarse
con un mocito barbero!
El tren camina y camina,
y la máquina resuella,
y tose con tos ferina.
¡Vamos en una centella!

ANTONIO MACHADO



HIERRO negro que duerme, fierro negro que gime
por cada poro un grito de desconsolación.

Las cenizas ardidas sobre la tierra triste,
los caldos en que el bronce derritió su dolor.

Aves de qué lejano país desventurado
graznaron en la noche dolorosa y sin fin?

Y el grito se me crispa como un nervio enroscado
o como la cuerda rota de un violín.

Cada máquina tiene una pupila abierta
para mirarme a mí.

En las paredes cuelgan las interrogaciones,
florece en las bigornias el alma de los bronces
y hay un temblor de pasos en los cuartos desiertos.

Y entre la noche negra —desesperadas—- corren
y sollozan las almas de los obreros muertos.

PABLO NERUDA



«Tren del día, detenido
frente al cardo de la vía.

- Cantinera, niña mía,
se me queda el corazón
en tu vaso de agua fría.

Tren de noche, detenido
frente al sable azul del río.

- Pescador, barquero mío
se me queda el corazón
en tu barco negro y frío».

RAFAEL ALBERTI



Silencio que naufraga en el silencio
de las bocas cerradas de la noche.
No cesa de callar ni atravesado.
Habla el lenguaje ahogado de los muertos.

Silencio.

Abre caminos de algodón profundo,
amordaza las ruedas, los relojes,
detén la voz del mar, de la paloma:
emociona la noche de los sueños.

Silencio.

El tren lluvioso de la sangre suelta,
el frágil tren de los que se desangran,
el silencioso, el doloroso, el pálido,
el tren callado de los sufrimientos.

Silencio.

Tren de la palidez mortal que asciende:
la palidez reviste las cabezas,
el ¡ay! la voz, el corazón la tierra,
el corazón de los que malhirieron.

Silencio.

Van derramando piernas, brazos, ojos,
van arrojando por el tren pedazos.
Pasan dejando rastros de amargura,
otra vía láctea de estelares miembros.

Silencio.

Ronco tren desmayado, envejecido:
agoniza el carbón, suspira el humo
y, maternal, la máquina suspira,
avanza como un largo desaliento.

Silencio.

Detenerse quisiera bajo un túnel
la larga madre, sollozar tendida.
No hay estaciones donde detenerse,
si no es el hospital, si no es el pecho.

Silencio.

Para vivir, con un pedazo basta:
en un rincón de carne cabe un hombre.
Un dedo solo, un solo trozo de ala
alza el vuelo total de todo un cuerpo.

Silencio.

Detened ese tren agonizante
que nunca acaba de cruzar la noche.
Y se queda descalzo hasta el caballo,
y enarena los cascos y el aliento.

MIGUEL HERNANDEZ





Seguimos el viaje...se distingue la tarde muriendo en la montaña, con rayos derramados por sus crestas.El frio es casi azul.
No, aqui no hay tren.
Hace tiempo bajamos de ese tren equivocado,
y tuvimos que seguir a pie, desandando errores.

Ese tren, iba a "ninguna parte"
¿Por qué tardamos tanto en darnos cuenta?
Quizá como en los escenarios de los dibujos animados, el paisaje se repetia una y otra vez, pero el tren nunca andaba, era un atrezzo.



Triste visión: la de la via oxidada.
Vuelvo a recurrir a Alberti y me viene a la memoria...se equivocó la paloma, se equivocaba...
El rail parecia de oro, pero solo era el reflejo de los últimos rayos de sol, solo era hierro oxidado.
Trompeoil de un corazón que no quiere ver.


¡Como no fijarnos antes que las traviesas, estaban torcidas!.
Aquí dejamos el viaje, parece que ya no queda un mal rayo de sol que calentarnos.
Algunas hojas muertas nos recuerdan que el otoño desnuda el voluptuoso verde de los árboles.




No hay ya rastro del tren, lo dejamos atrás.
Olvidamos que su trayecto, acababa en ninguna parte.
o quizá si...acababa en una estación abandonada:
la tumba de los recuerdos.

El tren a ninguna parte


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