sábado, 25 de abril de 2009

Soria: Machado en el recuerdo





Cuando esta semana santa llegué a Soria, no tenia intención de volver a visitar un lugar concreto, pero cada rincón me arrojaba llamadas de Machado, los mismos pasos que el dió, los mismos lugares donde le nació un poema, el mismo entorno, muchos años después...
Y mucho mas fácil es seguirle, después de pasear un poco por esta propuesta.

Lo primero, es la subida a la Laguna Negra, donde compruebo reconfortada, que una perfecta barandilla de madera, integrada en el paisaje natural, protege al fin el mágico recinto.



He de reconocer, que los últimos veranos que subí, contemplé con preocupación que la afluencia de visitantes, habían convertido el poético paraje, en una especie de merendero.

Esta vez, la encontré seminevada, sin el rigor de los fríos de crudo invierno, pero con la frescura que le regala sus 2.000 metros de altitud.

Paseo por su grato paisaje y encuentro a Machado.

"A poco de llegar don Antonio Machado a Soria como profesor de francés, tuvo noticias de que por tierra de pinares había unos parajes espectaculares, naturaleza virgen, diametralmente opuestos al paisaje que había visto desde el tren, la sobria estepa soriana de la que luego se enamoraría tan profundamente".

Sus amigos del Círculo enseguida organizaron una excursión a los montes de Covaleda al objeto de ver in situ la Laguna Negra, esa bella desconocida de la que se contaban un montón de leyendas. Tomaron unas caballerías y por el antiguo camino de la Muedra (hoy pantano) se adentraron, Duero arriba, hasta llegar a mi pueblo. Hicieron noche en la posada, contrataron a algún pastor como guía de monte, y dispusieron que a la mañana siguiente subirían por el Becedo hasta los farallones de la laguna para gozar de un día de solaz. Total, unas cuatro horas de camino. Al amor de la lumbre —era el tardío—, seguramente hablaron de la laguna, y el pastor les iría contando las leyendas que corren por el pueblo en torno a ella: que sus aguas son negras porque es insondable, que está poblada por seres monstruosos, que cualquiera que se atreva a violarla es objeto de una condena fulminante y voraz...
¿Qué más necesitaba don Antonio, poeta, para avivar su imaginación? No es extraño, pues, que en sus poemas aparezca luego la Laguna Negra con ese halo mágico que encierra por no tener fondo, y que la convierta en tumba eterna del padre de los malvados hijos en La tierra de Alvargonzález". (Pedro Sanz Lallana).
La tierra de Alvargonzalez.



Tras el paseo por la laguna sin fondo, me dirijo al cementerio de El Espino, allí, están enterrados los restos del amor de Antonio Machado, su joven esposa Leonor Izquierdo, muerta de tuberculosis a los 18 años.



A la entrada del recinto sagrado, una placa lo dice todo: "Leonor" solo un nombre, pero cuando se siguen las huellas del poeta, eso basta para conducirnos a tan silencioso aposento.




Allí dejo su recuerdo, para pararme a contemplar en el Olmo seco que inspiró su bello poema.




Ahí sigue en pie, mientras que el deseo de que Leonor sanase fue inútil, por mas que lo plasmara en los últimos versos de su poema...


Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.




Y cuando caen los últimos rayos de la tarde, busco el rincón de sus versos en el impresionante conjunto de San Saturio.





Allí, el Duero festonea la ermita que se levanta imponente sobre la cueva del eremita. La plata compite con los últimos fulgores de un sol mortecino y los chopos regalan el ultimo susurro al viento.




Precisamente hoy, después de buscar tiempo para acabar mi post, la prensa se hace eco de varias ciudades, que tienen intención de recordar la huella de Machado en ellas.

1 comentario:

  1. Me alegra ver que te dejes perder por Soria, a pesar de tus ocupaciones políticas... Siempre nos quedará el blog para comunicarnos...
    Muchos besos, amiga y muchos éxitos

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