jueves, 5 de mayo de 2011

Perfecta imperfección.


Era perfecto.
Ningún otro fue igual de perfecto.
Ni un atisbo que le desencantara,
como otras veces, como con otros.


Exquisito en el trato,
hábil en el beso,
maestro en la caricia,
paciente y siervo
al tiempo que amo y dueño.


Impecables maneras
sin mácula alguna,
la sonrisa en el momento justo,
los ojos cerrados en el éxtasis,
el suspiro y la calma sincronizado.


Era perfecto,
nada hacía atisbar en el un desengaño,
quizá premonitoria alguna frase
que levantó un telón infranqueable.


Una advertencia firme,
una sentencia dura y convincente,
"prohibido acostumbrarse",
parece ser: que esto era algo pasajero.


Pero el sueño hila sueños,
el deseo solo engendra ilusiones,
en la neurótica visión cobarde,
se ve lo que se quiere.


Era perfecto,
hasta que el tiempo
fue erosionando su perfecto rostro,
como muda la piel una serpiente,
cayó su máscara divina.


Era perfecto,
solo que en algo no era tan perfecto.
Simplemente que ella fue un sorbo pasajero,
a la que nunca amó, ni echó de menos.



Aprendiz de primavera

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