jueves, 24 de agosto de 2017

El ojo de Aitzulo.


Este verano he vuelto a tierras gipuzkoanas, me gusta su relieve ondulante, esa maravillosa armonía entre el cielo azul y las suaves praderas verdes, ese olor a tantas especies aromáticas y la experiencia siempre maravillosa de realizar una ruta por sus tierras.

Ya había estado en la zona, parque natural Aizkorri-Aratz pero había descubierto por la red, que en Oñati, y más concretamente en Araotz, había un lugar maravilloso digno de ver: El ojo de Aitzulo.
Desde la carretera que sube al santuario de Arantzazu, se puede ver en la impresionante pared, para llegar a él, hay que hacerlo desde el otro lado, una ruta fácil, aunque como siempre, tuve mis salidas de mapa y desvìos, pero que conseguimos felizmente alcanzar.



Hay numerosas rutas para llegar al ojo de Aitzulo, comenzamos llegando a Araotz, un barrio de Oñati, que a su vez, tiene numerosos barrios con pequeños caseríos.
Araotz es un lugar lleno de misterio, silencioso, cuna del famoso Lope de Aguirre.




Allí dejamos el coche junto a la iglesia de San Miguel, y no muy seguros de la ruta, tomamos un camino, que no conducía al ojo, al llegar a unos caseríos, un amable vecino nos sacó del error.
Aún así, la ruta era muy hermosa, un ascenso con unas vistas de Araotz y sus diseminadas construcciones.
El paseo fallido, fue de 2,9 km ida y vuelta al punto de partida, 1h 20m con un desnivel de 156 m.



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Ya con la ruta bien definida, partimos al barrio de Zubia, desde allí, llegamos sin dificultad a nuestro destino, 



Aunque ya el calor apretaba y se notaba el esfuerzo de la primera subida, fue un paseo agradable, quizá con la ilusión de llegar cuanto antes a ver ese fantástico lugar, que tanto había admirado en las fotos que buscaba en internet, quería saber si era tan maravilloso como se veía y no me defraudó.
Subiendo encontramos un cercado con curiosas construcciones a modo de esculturas.

Se atravesó un pinar y se llegó a una chabola de pastores, quedaba poco, y el terreno se puso algo pedregoso, era como ir buscando un tesoro... hasta esperar que se abriera a nuestros ojos.
















Y al fin se abrió, un escenario natural espectacular, al fondo: el abismo vertical que mostraba la carretera a Arantzazu, quise bajar hasta él, pero la prudencia me dió un aviso.
Las imágenes hablan por si solas.
















En el mismo escenario: parada técnica para reponer fuerzas.


Ahora quedaba lo más complicado, no tenía muy clara la ruta de vuelta y no queríamos desandar el camino, así que optamos por la ruta de subida que lleva al monte Orkatzategi, aunque no teníamos intención de subir a la cima.
Salimos por una especie de brecha de la tremenda masa caliza, y empezamos el ascenso.



Fue un ascenso muy dificultoso, con mucho sol, a unas horas muy inapropiadas para subir, serían las 15:00 de la tarde y la subida iba siendo cada vez más costosa.







Mi app de wikiloc guardó ruta solo hasta el embalse de Aizgain.

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Allí empezó el problema, el cansancio nos pudo y no continuamos, un poco más arriba donde se supone que seguía la ruta circular para devolvernos a Araotz, así que vimos un camino que bajaba, y como lo lógico era bajar, nos aventuramos sin saber donde nos llevaría.
En la bajada encontramos de todo, una vieja cabaña de caza, terrenos de muchas piedras, hasta que un grupo de caseríos, en Urrutia no salvó la vida!

El problema no era el calor propio de esas horas y del día que nos hizo para ser el norte, era que nos habíamos quedado sin agua! Encontrar una fuente con agua fresquísima fue como llegar a un pequeño oasis.




Ya repuestos, pudimos regresar a Araotz, al barrio! por lo que tuvimos que subir de nuevo un buen trecho hasta la iglesia donde estaba aparcado el coche.

Una ruta con todas sus anécdotas pero que valío la pena.










jueves, 12 de enero de 2017

El ser humano tiene la tendencia a sabotear su propia felicidad.






Cuentan que… Un día, a comienzos del invierno, llega al correo una carta muy especial dirigida a Dios. El empleado que clasifica la correspondencia se sorprende y busca el remitente:

“Pucho, casilla verde, calle sin nombre, Villa de Emergencia Sur, sin número.”

Intrigado, abre la carta y lee:

Querido Dios:

Nunca supe si era cierto que existías o no, pero si existes, esta carta va a llegar a ti de alguna manera. Te escribo porque tengo problemas. Estoy sin trabajo, me van a echar de la casucha donde vivo porque hace dos meses que no pago y hace mucho que mis cuatro hijos no comen un plato de comida caliente. Pero lo peor de todo es que mi hijo menor está con fiebre y debe tomar un antibiótico con urgencia. Me da vergüenza pedirte esto pero quiero rogarte que me mandes 100 pesos. Estoy tratando de conseguir un trabajo que me prometieron, pero no llega. Y como estoy desesperado y no sé qué hacer, te estoy mandando esta carta. Si me haces llegar el dinero, ten la seguridad de que nunca me voy a olvidar de ti y que les voy a enseñar a mis hijos que sigan tu camino.

Pucho

El empleado del correo termina de leer esto y siente una congoja tremenda, una ternura infinita, un dolor incomparable… Mete la mano en el bolsillo y ve que tiene 5 pesos. Es fin de mes. Calcula que necesita 80 centavos para volver a la casa. ..Y piensa: 4.20… ¡No sabe qué hacer!

Entonces empieza a recorrer toda la oficina con la carta en la mano, pidiéndole a cada uno lo que quiera dar. Cada empleado, conmovido, pone todo lo que puede, que no es mucho porque estamos a fin de mes. Un peso, cincuenta centavos, tres pesos… Hasta que, al final del día, el empleado cuenta el dinero reunido: ¡75 pesos!

El hombre piensa:”¿Qué hacer? ¿Espero a la semana que viene hasta conseguir los otros 25 pesos? ¿Le mando esto? No… el niño está mal… le mando lo que tengo, será mejor…”. Mete los 75 pesos en un sobre, anota el domicilio y se lo da al cartero, que también está al tanto de la situación. Dos días más tarde, llega al correo una nueva carta dirigida a Dios.

Querido Dios:

Sabía que no podías fallarme. Yo no sé cómo te llegó mi carta, pero quiero que sepas que apenas recibí el dinero compré los antibióticos y Cachito está fuera de peligro. Les di una buena comida caliente a mis hijos, pagué parte de la deuda de la casucha, y el trabajo que me iba a salir ya me lo confirmaron, la semana que viene empiezo a trabajar. Te agradezco mucho lo que hiciste por nosotros, nunca me olvidaré de ti y creo que si me acompañas mandándome trabajo no necesitaré volver a pedirte dinero jamás. Posdata: Aprovecho para decirte algo. Yo no soy quién para darle consejos a Dios, pero si vas a mandar dinero a alguien más: no lo mandes por carta porque los del correo se quedaron con 25 pesos.

Pucho.

Via: El camino de la Felicidad, de Jorge Bucay