sábado, 22 de enero de 2011

Reina del mal



Tienes como Luzbel, formas tan bellas
que el hombre olvida al verte, enamorado,
que son tus ojos negros dos estrellas
veladas por la sombra del pecado.


Y no turbas, hipócrita el reposo
el Pobre hogar con que tu falta escudas,
porque a besar te atreves al esposo,
como besara a Jesucristo Judas.


¡Aún sus flores te da la primavera
y ya tienes el alma envilecida!...
Ya llegarás a ver, aunque no quieras,
el horizonte oscuro de tu vida.


Desdeñas los sagrados embelesos
del casto hogar de la mujer honrada;
y audaz ostentas el vender tus besos
las llamas del infierno en tu mirada.


Manchas el suelo que tu planta pisa
y manchas lo que tocas con la mano;
te dio Lucrecia Borgia su sonrisa
y Mesalina su perfil romano.


Brota el deleite de tus labios rojos;
se aparta la virtud de tu presencia;
porque más negras, más negra que tus ojos,
tienes, mujer, el alma y la conciencia.


Rosas de abril parecen tus mejillas;
mármol de Paros, tu ondulante seno;
más... ¡ay!, que tan excelsas maravillas
son del barro nomás del cieno.


Reina del mal: tú tienes por diadema
la infamia, que con nada se redime;
el pudor es un ascua que te quema,
el deber es un yugo que te oprime.


Tienen las gracias con que al mundo halagas
precio vil en mercancías repugnantes,
y te envaneces de cubrir tus llagas
con seda recamada de brillantes.


En este siglo en que el honor campea
no te ha de perdonar ni el vulgo necio;
hieren más que las piedras de Judea
los dardos de la burla y el desprecio.


Mañana, enferma, pobre, abandonada,
de la mundana compasión proscrita,
el honor, cuando mueras humillada,
sobre tu fosa escribirá... «¡Maldita!...»


Juan de Dios Peza.

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