Cada noche cerraba los ojos,
con la esperanza de no volver al día.
No había ya nada que valiera la pena
volver a reinventar cada mañana.
En su pozo húmedo y oscuro
no quedaba una grieta donde la luz pasara.
Había fracasado en todo:
en su vida familiar y profesional,
en sus pasiones y hasta en sus hobbies.
Pero lo peor era EL,
no quedaba una pizca de ánimo o ilusión.
Sabía que no volvería.
El silencio prolongado es la más firme de las despedidas,
es la forma mas cortés de decir adiós,
el mensaje subliminar de "se ha acabado".
Y esa noche volvió a cerrar los ojos
esperando el milagro de no abrirlos,
y eligió el lugar y hora de su muerte.
La tragedia engendra tragedia,
y soñó la suya:
Una muerte certera, de un disparo equivocado,
que no era suyo, sino a otro.
(Ultima consecuencia de andar con amistades peligrosas, o al menos amenazadas de muerte).
Paseaba con EL, con las manos unidas,
sobre la arena, de una playa del Norte,
burlando vigilancias.
Solo sabía que iban de la mano, y se miraban sonriendo
cuando la sangre tiñió sus pies sobre las aguas...
no pudo imaginar muerte mas bella!!
ni playa mas roja!!
ni sangre mejor derramada!!
¡Lástima que el chirrido aberrante
de su despertador,
rompiera todo.!
Foto: Giovanni Rubaltelli
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