Quise ser todo,
mi día amanecía en tu primer parpadeo.
mi aliento en la distancia,
acompasaba suave a tu diafragma.
Alabado eras, mi señor,
siempre pendiente de tu mundo concéntrico
todo en orden y listo,
para tu altar visible.
No había nada mas grande,
que consolar tus penas,
que curar las heridas de tu cruel decadencia,
que el tiempo acrecentaba.
Pero también amaba,
todo lo que era tuyo,
lamiendo cada palmo de tu cuerpo,
regalada pasión, sin nada a cambio.
Cambió la suerte amigo,
llegaron gloria y luces a tu vida,
te elevaron a altares tan etereos como caducos,
donde desde su altura me olvidaste.
Quedé sola en la orilla,
sin marinero inerte,
a quien juntar mi boca, reanimando su aliento.
Quedé olvidada y muda,
mirando las estrellas,
samaritana en paro.
Oleo:Ludwig Heupel-Siegen
Aprendiz de Primavera.
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