Olvidado dormía en mis borradores, el viaje que realicé a la Rioja, aprovechando el puente que tuvimos los madrileños por la festividad de la Almudena.
Aquí os dejo la crónica, antes de que se me acumule con la del próximo puente.
Acompasada por caminos caprichosos, en tierras riojanas, sorprende descubrir Mansilla.
Mansilla es un pueblo que quedó cubierto por el embalse del mismo nombre hace casi 40 años.
De una belleza extraordinaria, su cuidada arquitectura abarcaba todas las edificaciones: casas, iglesias, palacios, y hasta el empedrado.Todo estaba realizado con la misma piedra, dando sensación de armoniosidad y ayudado por la belleza natural del pintoresco paisaje, con ríos y hermosa vegetación.
Tras la guerra civil, Mansilla quedó inundado por las aguas y solo, en los meses de otoño, o cuando la sequía lo permite, resurge fantasmagórico, embarrado pero majestuosos, como una atlántida orgullosa que no se resigna a dormir bajo las aguas.
La siguiente parada fue el Monasterio de Valvanera. Austero y silencioso, ofrece la posibilidad de disfrutar de su silencio y su buena comida casera, donde destacan su menestras de la huerta y los postres caseros.
Meditación y largos paseos, la piedra invita y el arco inspira al alejamiento terrenal.
La Iglesia es oscura y bien conservada, desde lo alto, la imagen de la Patrona de la Rioja: Nuestra Señora de la Valvanera, con un niño en su regazo de curioso escorzo, mira a los feligreses desde su talla de hojas trenzadas.
Por Logroño, estuve solo de paso, para llegar a pasar la noche al mágico pueblo de Enciso.
Enciso es la cuna de la ruta de los dinosaurios, hay muchas opciones a pie o en coche.
Desafortunadamente, el tiempo no acompañó y la lluvia solo permitió dar un paseo por el pueblo y visitar el centro de interpretación.
Las calles de Enciso, parecen un muestrario de pimientos secándose al sol, icono riojano por excelencia, da gusto verlos como cromos, cada uno con un matiz diferente.
El centro de interpretación ofrece una buena colección de material multimedia para acercar al visitante a lo que fue el territorio de estos grandes pobladores.
Por último, el deseo de volver y hacer completos los recorridos, pero desde luego imposible marcharse sin ver esas ictinas, que quedaron marcadas para siempre, en esta tierra riojana.
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