lunes, 29 de mayo de 2006
El Mejor bacalao de todo Madrid..
No hay vez que no vaya al centro que no me pase por Casa Labra..
http://www.casalabra.es/
A pesar de la demora por la gran afluencia de sus feligreses..vale la pena cualquier espera por deleitarse con su vermut de grifo, su balacao rebozao..y sus croquetas.
Ya lo sabía bien Pablo Iglesias cuando lo eligió para fundar el PSOE..pues bien sabido es de todos, que los mejores tratos , pactos y negocios se hacen siempre con unas buenas viandas de por medio.
Aqui dejo este ameno relato que encontré por la red.. anecdótico pero bastante ilustrativo.
BACALAO EN SU TINTA
"Al viejo le gustaba tomar un chato de vino tinto apoyado en la barra de cinc de Casa Labra. Venía haciéndolo todos los días desde que se jubiló, y no había fallado uno solo. También le gustaba saborear un buen cigarro puro, a los que se había aficionado cuando estuvo sirviendo en Cuba como soldado de reemplazo, y que de vez en cuando le traía el hermano de su casera, que tenía negocios de azúcar con la isla, y de algo más que debía ser aquel negocio según las malas lenguas del vecindario. Pero a él le daba igual, mientras el humo de aquellos puros le trajera vientos de cuando era más joven y las piernas iban a donde él quería que fueran.
Si había cobrado la paga pedía un poco de bacalao, y con eso se daba por satisfecho hasta la hora de la cena, pero si no, cuando se acababa el vino de su vaso, apagaba cuidadosamente el puro golpeando la pava contra el borde de la barra, guardándose el resto para después de la comida.
Lo cierto, es que tras una vida trabajando duro, aquel viejo se conformaba con cosas sencillas, como queriendo pedir perdón por los excesos de otro tiempo y conseguir así alargar sus días.
A pesar del chato diario de vino, del bacalao cuando llegaba el dinero y de los puros cuando llegaban de Cuba, la barra de Casa Labra le proporcionaba la emoción necesaria para no sentirse viejo. Se creía en la clandestinidad por oír las conversaciones de aquel joven tipógrafo con barba de señor mayor y dedos siempre manchados de tinta negra que se quedaba entre las uñas. Era emocionante escuchar la palabra libertad, dicha sin pudor. Si fuera más joven, pensaba, a lo mejor me atrevería a dirigirme a ese Pablo Iglesias, pero vengo de un tiempo donde la libertad estaba reservada al dinero, y de eso, nunca he tenido más que para perderlo en fondo de un vaso de vino. Si fuera más joven, pensaba.
En 1879 Iglesias tan solo sumaba veintiocho años, y ya le parecían muchos desde que llegó a Madrid desde El Ferrol tirando de un carro en el que su hermano y su madre cargaron todo cuanto poseían, y no estaba dispuesto a que sólo unos pocos siguieran tirando de ese carro. Por eso aprendió de noche mientras trabajó de día, y desde hacía cinco años era presidente de la Asociación General del Arte de Imprimir, pero entre bacalao y vino de Casa Labra tuvo el sueño prohibido de crear un partido que uniera a todos los trabajadores en una única asociación.
El dos de mayo de aquel año, iba a ser un día como cualquier otro. El viejo había cobrado su paga, y las monedas le quemaban en el bolsillo de su pantalón gris marengo. Entró en el local y se apoyó en la barra como sólo lo hacía cuando tenía dinero para permitirse una ración de bacalao. Esperaba también tener su dosis de emoción clandestina oyendo hablar a aquel joven viejo amigo al que tan sólo le daba los buenos días tocándose la visera de su gorra. Pero el muchacho no llegaba, y la taberna se iba llenando poco a poco de tipos con el rostro tenso y la mirada alegre. El primero en llegar fue un zapatero al que reconoció de haberle visto en otras ocasiones, después un grupo de tipógrafos compañeros de Iglesias que preguntaron por Paulino. Al poco tiempo llegaron unos médicos que enseguida pidieron bacalao para todos, después uno al que todos llamaban doctor. El ultimo en llegar fue un joyero que se disculpó por su tardanza, dijo que una señora le había entretenido a la hora de cerrar por una cadenita de oro para la comunión de su hija. No te preocupes, contestaron los demás, Paulino aún no ha llegado. ¿No habrá pasado nada?, preguntó un marmolista que pertenecía al grupo y que ya se había bebido una frasca de vino el solo. ¿Qué va a pasar? Si aún no hemos hecho nada. Al oír eso, el viejo sintió una preocupación que rápidamente se mezcló con el gusto de la aventura y el cosquilleo en el estomago, y sin pensar que los meses son largos y la paga corta, pidió otra ración de bacalao y un nuevo chato de vino.
Pablo Iglesias llegó al rato, con los dedos manchados de tinta como siempre. Repartió abrazos entre el grupo de veinticinco personas y enseguida pasaron al salón de la parte trasera.
El viejo se sentía algo decepcionado por no haber oído hablar de política. Él era de una época que no entendía de esas cosas, y sentía una envidia sana por todo lo que aquellos hombres soñaban por hacer, sintiéndose triste porque aquel tiempo no hubiera sido el suyo.
Preguntó al camarero sobre la extraña reunión. No sé muy bien, contestó el camarero al que la política era algo que ni le iba ni le venia, creo que se trata de una comida de fraternidad.
El viejo bebió dos chatos de vino más, esperando con impaciencia a que salieran del comedor mientras leía la prensa.
Al fin, Iglesias salió acompañado por el resto de los comensales, y el viejo, que nunca se había atrevido a dirigirle la palabra, le preguntó: Pablo, perdone, pero la curiosidad de un viejo es como la de un niño, ¿qué ha ocurrido durante su comida? Amigo, respondió apoyando su brazo sobre el hombro del viejo, hemos fundado el Partido Socialista Obrero Español, y usted es el primero en saberlo. Espero que todo este asunto no me impida seguir viéndole por aquí, replicó el viejo algo asustado. Seguro, contestó Pablo, Labra hace el mejor bacalao de Madrid. "
Texto: José Cabanach
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