Tuvo la mala suerte, de que casi todos los que la rodeaban, la preferían hundida.
Hundida era moldeable, manejable como la arcilla, como la plastelina.
Maleable como el aluminio, con una actitud predispuesta a sacar finísimas láminas de su voluntad sin peligro a que del todo se rompiera.
Era en sus momentos bajos, en sus espacios perdidos, donde se hacía de ella lo que se quisiera, y eran muchos los momentos bajos, las lagunas oscuras, y era muy susceptible a ser tocada con el verbo o el hecho.
Pero ella lo sabía y aún sin fuerza o valor para cambiarlo se dejaba abusar de su tristeza, consciente y desvelada.
Fue su destino de robot programado a la utopia, a vivir esperando cambiar todo.
Sabía que sirvió de sueño a otros, capaz de hacer de su vida un relato, sabiendo bien de sobra el concepto tan bajo que de ella había, de débil, de inconstante, de impotente.
Solo una cosa le dolió de especial modo, que aquel que de verás le importaba, jamás se interesó por ella, si era débil o no, moldeable o dependiente, hundida o abatida...
... y en esa indiferencia fue cierta y lentamente fundida como el hierro en Altos Hornos.
Maleable, como las finísimas láminas del abanico de su voluntad.
Pequeños relatos urbanos.
Aprendiz de primavera.(2009)
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