Mi señor,
alzo mi voz
rezando a tu recuerdo.
Alabando tu sonrisa
limpia y pura;
lo dulce y misericordioso
de tus besos.
Como mi único dios, ´
venero tu mirada,
la seda de tu pelo,
esbozada en un palmo
de mi mente.
Ídolo nuevo
irreverencia aguda,
te convierto en mi credo
y en mi guia;
lo divino hecho carne
en tus caricias.
Mi oración
ruega la vuelta
del suspiro;
mi impaciencia suplica
ser absuelta,
la penitencia:
esperar siempre
en silencio;
pero una palabra tuya
bastará para sanarme.
Aprendiz de Primavera.
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